jueves, 6 de noviembre de 2014

Recordar placeres

¿No os ha pasado nunca que, por el motivo que sea, volvéis a hacer aquello que os gusta tanto, os relaja o quizá os pone de buen humor? Y, cuando lo retomas, pensáis, ¿por qué no lo hago más a menudo? No hablo de aquellas actividades que nos negamos por falta de tiempo o creernos con más responsabilidades de las que tenemos, si no de aquellos pequeños placeres que, un buen día, se deslizan fuera de nuestra vida cotidiana y ya no los volvemos a ver hasta después de mucho tiempo.

Disfrutar del Sol en la cara un día frío, ducharse con música, usar incienso, comprar eso que hace tanto tiempo que no saboreas y que te encanta... Ejemplos como estos se van substituyendo por una rutina marcada, férrea, a prueba de balas. Para combatir contra la procrastinación blindas tu día a día sin permitir esos pequeños descansos y recompensas, merecidos y necesarios.

Nunca me he considerado una persona que no se permita caprichos, ya sean materiales o más intangibles. Sé, de hecho, que a otros les cuesta más dejarse llevar en este sentido. Y, aún y así, cuando vuelvo a descubrir aquello que me hace feliz, aunque sea brevemente, me sorprende el no realizarlo de forma diaria.

Quizá suena tonto. O puede que, si no olvidáramos esos placeres, al recordarlos no nos reconfortarían tanto. Serían parte de la rutina. Su brillo se perdería en el gris del día a día. Pero no estaría mal que, al menos, los limpiáramos de polvo más a menudo.

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