-Aquí, Encarna.
Encarna se cambia el bolso de mano, saluda al grupo sentado
en la mesa y se dirige hacia él. Se sienta con las demás mujeres, todas de su
misma edad. Pili lleva una chaquetilla sobre los hombros, pese a estar en pleno
Agosto, para evitar el frío del aire acondicionado. María, a su lado, se
abanica con vigor con una revista del corazón. Anita sonríe a Encarna,
mirándola por encima de sus gafas. Antes incluso dejar el bolso en la mesa y
sentarse, el camarero acude rápido a tomar nota a una de sus clientas
habituales.
-Un café con leche de soja, descafeinado y con sacarina. Y
bien caliente.
-Uh, caliente dice, con el calor que hace- dice María,
abanicándose aún más fuerte si cabe.
-Di que sí, que el café frío no vale para nada- responde
Anita.
-Pues mi Andrea se lo toma siempre con hielo, incluso en
invierno- María no quiere dar su brazo a torcer.
-Bah, eso es todo agua.
-Gracias joven- dice Encarna cuando el camarero le trae el
café. Ya tiene el dinero preparado, que le tiende con un gesto.
El grupo de mujer observa pacientemente a que el camarero se
aleje. Luego se miran las unas a las otras. La revista chocando contra el busto
generoso de María es el único sonido que emiten.
-Bueno, ¿y entonces cómo ha ido?- pregunta finalmente Pili,
casi susurrando.
Encarna rebusca en su bolso y saca una carpetita. La deja
encima de la mesa. Las otras mujeres la miran con atención. Luego vuelven a
mirar a su amiga, esperando, atentas. Encarna hace un gesto para que las demás
abran la carpeta pero ninguna hace nada. Esperan a que ella hable.
-Ya está, se acabó.
-Ay, hija mía, como te gusta hacernos sufrir- dice María,
más acalorada aún- Ya pensaba que había pasado algo y…
-Shhh, calla, mujer- le recrimina Pili.
-Si no se entera nadie…
-No se entera nadie hasta que alguien se ha enterado- dice
Anita y María calla, a sabiendas de que tiene razón- ¿Te ha visto alguien?
-Que va. Lo hice como hablamos. Le pedí que me ayudara a
subir la compra y, cuando estábamos en el piso, ¡pam!
-Pero con el cacharro ese en la pistola, ¿no? – pregunta
María.
-Mujer, ¡te quieres callar de una vez! – Pili está perdiendo
la paciencia. Mira a su alrededor, segura de que alguien las ha escuchado.
-Sí, sí, con el silenciador ese puesto. No sabía cómo quitárselo
y se lo dejé puesto desde el principio.
-¿Y cuánto te han dado?
-Pilarica, hija mía, habla más fuerte que no te escuchamos
ni nosotras- dice Anita. Mira a Encarna y suspira. Entre Pili y María la están
sacando de sus casillas.
-Que cuánto te han dado.
-Está en la carpeta. Abridlo, abridlo.
Las tres mujeres se miran y, al final, es María quien deja
la revista con la que se abanicaba en la mesa y se abalanza hacía la carpeta.
La abre, aparta los documentos que hay y coge un sobre. Mira en su interior y
en su boca se forma una mueca de sorpresa.
-¡UHHHHHHH!- grita.
-Virgen santísima- dice Pili, santiguándose.
-Si ya os lo dije yo, que nos podíamos ganar unas buenas
perras- recuerda Anita.
-De momento la que se ha ganado las perras he sido yo. Que
anda que no me ha costado mover el mamotreto y limpiar todo…
-Oye, que yo te he dejado el piso de mi Antonio- dice María.
-Y yo compré la pistola- añade Pili, volviendo a los
susurros.
-La compró Vicente- corrige Anita.
-Tanto monta…
-Lo habrás dejado limpio- dice María, desconfiada. Ha vuelto
a coger la revista y continúa abanicándose.
-¿La pistola?- pregunta Encarna.
-Shhhh- Pili está tan nerviosa que se ha quitado la
chaquetita. Rebusca en su bolso, saca un abanico y se une a María.
-Mujer, el piso.
-Hombre, claro. Tengo las muñecas, ay, como tengo las
muñecas.
-Si es que ya os dije yo que un veneno es mucho mejor- dice
Anita.
-Tú no estás contenta nunca. Pues cuando te toque a ti ya lo
haces como te dé la gana.
-Anda, Encarna, no seas así- dice Pili, temiendo que sus
amigas empiecen una nueva pelea.
-Yo solo digo que todas somos nuevas en esto y que nadie es
la experta, ¿no?
-Lo que tenemos que hacer es ser listas y que no nos pillen-
dice María.
-Hablando de eso, ¿con el muerto que has hecho?
-Pues lo que hablamos, ¿no? A trocitos y para el carro. De
momento en el congelador lo tengo, a ver si se nos ocurre algo porque un día me
voy a equivocar y al guiso se lo voy a echar.
-Madre del amor hermoso- Pili, escandalizada por las
palabras de Encarna, deja el abanico y se vuelve a santiguar.
-Buenas tardes, guapas, ¿Qué tal?
Un hombre se acerca al grupo de mujeres, que no pueden
evitar pegar un pequeño brinco. Es el dueño del bar, que las conoce desde hace
años. Las mujeres le sonríen y le desean las buenas tardes, esperando que se marche
cuanto antes.
-Calor eh.
-Uy, ni que lo digas- dice Anita, mirando de reojo a
Encarna.
-Esta mañana ni con el aguacero que ha caído ha refrescado
el ambiente.
-Bueno, ahora parece que se ha quedado buena tarde- dice
Encarna.
-¿Queréis que suba el aire acondicionado? Que veo que estáis
acaloradas.
-Uy, no, que luego me sienta mal al cuello- dice Pili,
saliendo del estado de shock.
-Deja, deja, que ya no es el calor de fuera si no el calor
de la “menopasia” – dice María, arrancando la risa del dueño.
Finalmente, el hombre se aleja y las deja solas. Las cuatro
se miran y esperan unos segundos para volver a hablar.
-Pues habrá que decirle que lo hemos hecho- susurra Pili.
-A ver, déjame, que tenía aquí el “wasap”…- dice María, mirando el móvil- Ay, de verdad, yo con las
maquinitas estas no me aclaro.
-Déjame, mujer- dice Anita, mirando de lejos, pese a que
llevas las gafas puestas- Aquí está. “Jefe”.
-¿Le has puesto jefe en el móvil?- pregunta Encarna.
-Es el que nos paga, ¿no?
María empieza a escribir con un dedo hasta que Anita se pone
nerviosa y le arrebata el teléfono de las manos.
-Dame el teléfono ahora mismo.
-Calla, que voy más rápida.
-¡Callaros las dos! ¡Nos van a oír!- vuelve a insistir Pili.
Finalmente Anita acaba de escribir y le devuelve el teléfono
a María. María lo recoge de un manotazo y mira la pantalla al ver que ya le han
respondido.
-Dice que vayamos todas al lugar acortado.
-Acordado- dice Anita.
-Lo que sea.
-Bueno, pues yo ya os veo allí, que ahora tengo que recoger
a mis nietos. Anda, id con Dios.
Encarna se levanta y se aleja de la mesa de sus amigas. Al
marcharse se despide con una mano del camarero y del dueño, que están en la
barra. Sale a la calle y comprueba que sí, que se ha quedado una buena tarde.