jueves, 27 de noviembre de 2014

Adaptación, una historia de Los Mundos Cambiantes

Welsh tenía 2 años cuando perdió a sus padres. Vivían en el desierto, en una tribu pequeña pero bien avenida. Se ayudaban unos a otros a superar los obstáculos que los Mundos Cambiantes ponía ante ellos. Pero, una noche, unos lobos rabiosos y hambrientos entraron en el campamento y, antes de que pudiesen hacer nada, mataron a  7 personas, entre ellas a la madre de Welsh. Su padre fue herido y resistió un par de días más pero había sido contagiado de rabia y los más ancianos decidieron acabar con su sufrimiento antes de que empeorara. Welsh, sin otra cosa que pudiese hacer, se adaptó.

Poco a poco, la tribu, pequeña y sin posibilidad de crecer con nuevos miembros debido a las rígidas normas de pertenencia que los más mayores imponían, fue debilitándose. Meses después, una tormenta de arena que duró días hizo que perdieran el poco ganado que tenían y que les proporcionaba comida diaria. El hambre que pasaron en las semanas posteriores diezmó la población de la tribu. Welsh fue uno de los supervivientes y el único con la capacidad y la salud para liderar al resto, para llevarles a la salvación. Welsh se adaptó.

Trabajó duro para llevar a su tribu a una zona del desierto donde estuviesen a salvo. Buscó comida, intercambió lo poco que tenían con otras tribus y, de una forma y otra, consiguió que sobreviviesen. Cuando estuvieron a salvo, Welsh supo que tenía que realizar cambios. Modificó las normas de pertenencia y permitió que todo aquel que quisiese pudiese unirse a ellos como uno más. Sin preguntas, sin explicaciones de ningún tipo. Quien quisiese quedarse solo tendría que trabajar como uno más. Welsh no solo se adaptó, si no que hizo que su tribu también lo hiciese.

Welsh no quería denominarse líder, hablaba de comunidad y no de tribu y las decisiones las tomaban de la forma más democrática posible. Pese a ello, todos acudían a él cuando había problemas y él trataba de ser lo más justo posible. La comunidad creció y se hizo más fuerte. Recogían chatarra y objetos raros a lo largo del desierto para luego venderlos a comerciantes por comida. Más adelante, incluso consiguieron un grupo de Ontes, pequeñas criaturas que les proporcionaban huevos frescos cada mañana. Descubrió que podían vivir, no solamente sobrevivir, y Welsh se relajó y se permitió disfrutar más de los pequeños placeres que se encontraba día a día.

Pero los buenos tiempos tienen su reverso y, un día, los esclavistas se acercaron a la tribu de Welsh con intención de conseguir mercancía de forma rápida. Buscaban hombres y mujeres fuertes y bien alimentados y allí los iban a encontrar. Además, todos sabían que la comunidad no tenía armas y que, por lo tanto, estaban indefensos. Aquel día Welsh sufrió un duro reverso. Más de 20 personas fueron capturadas y un par murieron intentando proteger a los suyos. Destrozado, se refugió en su tienda, pensativo. Aquella noche decidió que no iba a dejar que aquello sucediera. No iba a superar la perdida de los suyos y, simplemente, esperar a lo que viniese después. Welsh consultó con su comunidad y esta le apoyó. Con la chatarra que habían recogido durante las semanas anteriores, construyeron armas y, siguiendo el rastro confuso en la arena, buscaron la caravana de esclavistas.
Tuvieron suerte. No les esperaban y no eran demasiados. Los esclavistas cayeron y sus prisioneros fueron liberados. Muchos de ellos, a los que no conocían de antes, se unieron a su comunidad. Volvieron al campamento y lo recogieron a toda prisa para evitar que volvieran a por ellos. Huyeron y se establecieron en otro lugar. A partir de entonces, y pese a que Welsh no creía en la violencia y mantuvo siempre una actitud de inclusión y no beligerante, tuvieron sus armas listas para proteger al grupo de hombres o bestias que quisieran hacerles daño.

Cada noche, aquellos que querían contaban sus historias, dándose a conocer y arrojando luz sobre su pasado. En una de esas sesiones, llegó a ellos una joven, perdida y asustada. Más adelante contaría también su historia al calor de la hoguera, pero no aquella noche. Quiso la Diosa Dolma que Welsh se enamorara de la mujer y que ella también se interesase por él. Y cuando la recién llegada admitió que prefería mantener una relación abierta, Welsh, una vez más, se adaptó. Aunque tenía que admitir que esta vez no le costó tanto como las veces anteriores.


Poco podía imaginar Welsh que sus decisiones le llevarían, en un momento dado, a dar refugio a un grupo extraño en el que se incluía a un científico que había visto mejores momentos, una joven monje del caos y dos habitantes de Octa. Sin saberlo, su encuentro con ellos iba a cambiar de nuevo su vida. Welsh no tendría más remedio que volver a adaptarse, una vez más. 

lunes, 10 de noviembre de 2014

Auto-publicación, pros y contras

Pros

-Control total sobre la obra. Nadie te va a decir que debes añadir o quitar y, por lo tanto...
-Mayor posibilidad de experimentación.
-Transparencia en los números de ventas.
-Sin intermediarios.
-Puedes elegir el precio de tu obra (incluso colgarla gratis en Internet).
-Puedes publicar todo aquello que se te antoje.

Contras

-No dispones de un editor que mejore tu producto o lo corrija.
-Sin promoción profesional y, por lo tanto...
-Dificultad para llegar a un alto número de lectores.
-Al no tener un filtro y el apoyo de una editorial, la calidad de tu obra será cuestionada por los lectores antes incluso de echarle un vistazo.
-El hecho de que puedas publicar lo que quieras también hace que puedas publicar aquello que no tiene la calidad que esperabas conseguir.


Además de que todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, no siempre vamos a poder elegir si queremos auto-publicar o ser publicados. Para muchos la primera opción es, de momento, la única. Pero lo importante es no dejar la obra en el cajón.


“Write it. Shoot it. Publish it. Crochet it, sauté it, whatever. MAKE.”

Joss Whedon. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

Recordar placeres

¿No os ha pasado nunca que, por el motivo que sea, volvéis a hacer aquello que os gusta tanto, os relaja o quizá os pone de buen humor? Y, cuando lo retomas, pensáis, ¿por qué no lo hago más a menudo? No hablo de aquellas actividades que nos negamos por falta de tiempo o creernos con más responsabilidades de las que tenemos, si no de aquellos pequeños placeres que, un buen día, se deslizan fuera de nuestra vida cotidiana y ya no los volvemos a ver hasta después de mucho tiempo.

Disfrutar del Sol en la cara un día frío, ducharse con música, usar incienso, comprar eso que hace tanto tiempo que no saboreas y que te encanta... Ejemplos como estos se van substituyendo por una rutina marcada, férrea, a prueba de balas. Para combatir contra la procrastinación blindas tu día a día sin permitir esos pequeños descansos y recompensas, merecidos y necesarios.

Nunca me he considerado una persona que no se permita caprichos, ya sean materiales o más intangibles. Sé, de hecho, que a otros les cuesta más dejarse llevar en este sentido. Y, aún y así, cuando vuelvo a descubrir aquello que me hace feliz, aunque sea brevemente, me sorprende el no realizarlo de forma diaria.

Quizá suena tonto. O puede que, si no olvidáramos esos placeres, al recordarlos no nos reconfortarían tanto. Serían parte de la rutina. Su brillo se perdería en el gris del día a día. Pero no estaría mal que, al menos, los limpiáramos de polvo más a menudo.