Welsh tenía 2 años
cuando perdió a sus padres. Vivían en el desierto, en una tribu pequeña pero
bien avenida. Se ayudaban unos a otros a superar los obstáculos que los Mundos
Cambiantes ponía ante ellos. Pero, una noche, unos lobos rabiosos y hambrientos
entraron en el campamento y, antes de que pudiesen hacer nada, mataron a 7 personas, entre ellas a la madre de Welsh.
Su padre fue herido y resistió un par de días más pero había sido contagiado de
rabia y los más ancianos decidieron acabar con su sufrimiento antes de que
empeorara. Welsh, sin otra cosa que pudiese hacer, se adaptó.
Poco a poco, la tribu,
pequeña y sin posibilidad de crecer con nuevos miembros debido a las rígidas
normas de pertenencia que los más mayores imponían, fue debilitándose. Meses
después, una tormenta de arena que duró días hizo que perdieran el poco ganado
que tenían y que les proporcionaba comida diaria. El hambre que pasaron en las
semanas posteriores diezmó la población de la tribu. Welsh fue uno de los
supervivientes y el único con la capacidad y la salud para liderar al resto,
para llevarles a la salvación. Welsh se adaptó.
Trabajó duro para
llevar a su tribu a una zona del desierto donde estuviesen a salvo. Buscó
comida, intercambió lo poco que tenían con otras tribus y, de una forma y otra,
consiguió que sobreviviesen. Cuando estuvieron a salvo, Welsh supo que tenía
que realizar cambios. Modificó las normas de pertenencia y permitió que todo
aquel que quisiese pudiese unirse a ellos como uno más. Sin preguntas, sin
explicaciones de ningún tipo. Quien quisiese quedarse solo tendría que trabajar
como uno más. Welsh no solo se adaptó, si no que hizo que su tribu también lo
hiciese.
Welsh no quería
denominarse líder, hablaba de comunidad y no de tribu y las decisiones las
tomaban de la forma más democrática posible. Pese a ello, todos acudían a él
cuando había problemas y él trataba de ser lo más justo posible. La comunidad creció
y se hizo más fuerte. Recogían chatarra y objetos raros a lo largo del desierto
para luego venderlos a comerciantes por comida. Más adelante, incluso
consiguieron un grupo de Ontes, pequeñas criaturas que les proporcionaban
huevos frescos cada mañana. Descubrió que podían vivir, no solamente
sobrevivir, y Welsh se relajó y se permitió disfrutar más de los pequeños
placeres que se encontraba día a día.
Pero los buenos tiempos
tienen su reverso y, un día, los esclavistas se acercaron a la tribu de Welsh
con intención de conseguir mercancía de forma rápida. Buscaban hombres y
mujeres fuertes y bien alimentados y allí los iban a encontrar. Además, todos
sabían que la comunidad no tenía armas y que, por lo tanto, estaban indefensos.
Aquel día Welsh sufrió un duro reverso. Más de 20 personas fueron capturadas y
un par murieron intentando proteger a los suyos. Destrozado, se refugió en su
tienda, pensativo. Aquella noche decidió que no iba a dejar que aquello
sucediera. No iba a superar la perdida de los suyos y, simplemente, esperar a
lo que viniese después. Welsh consultó con su comunidad y esta le apoyó. Con la
chatarra que habían recogido durante las semanas anteriores, construyeron armas
y, siguiendo el rastro confuso en la arena, buscaron la caravana de
esclavistas.
Tuvieron suerte. No les
esperaban y no eran demasiados. Los esclavistas cayeron y sus prisioneros
fueron liberados. Muchos de ellos, a los que no conocían de antes, se unieron a
su comunidad. Volvieron al campamento y lo recogieron a toda prisa para evitar
que volvieran a por ellos. Huyeron y se establecieron en otro lugar. A partir
de entonces, y pese a que Welsh no creía en la violencia y mantuvo siempre una
actitud de inclusión y no beligerante, tuvieron sus armas listas para proteger
al grupo de hombres o bestias que quisieran hacerles daño.
Cada noche, aquellos
que querían contaban sus historias, dándose a conocer y arrojando luz sobre su
pasado. En una de esas sesiones, llegó a ellos una joven, perdida y asustada.
Más adelante contaría también su historia al calor de la hoguera, pero no
aquella noche. Quiso la Diosa Dolma que Welsh se enamorara de la mujer y que
ella también se interesase por él. Y cuando la recién llegada admitió que prefería
mantener una relación abierta, Welsh, una vez más, se adaptó. Aunque tenía que
admitir que esta vez no le costó tanto como las veces anteriores.
Poco podía imaginar
Welsh que sus decisiones le llevarían, en un momento dado, a dar refugio a un
grupo extraño en el que se incluía a un científico que había visto mejores
momentos, una joven monje del caos y dos habitantes de Octa. Sin saberlo, su
encuentro con ellos iba a cambiar de nuevo su vida. Welsh no tendría más remedio
que volver a adaptarse, una vez más.